Vestir de negro como uniforme político

Usar vestimenta negra tiene una pluralidad de significados en la cultura masiva de los pueblos, de las organizaciones religiosas y en sociedades secretas o discretas, los cuales generalmente están ligados a una concepción espiritual o filosófica, en la que el uso de ese color adquiere una connotación simbólica. En efecto, los símbolos establecen una relación de identidad y pertenencia con una realidad, generalmente abstracta, a la que representan y evocan.

Siendo así, cabe preguntarse, si en la historia reciente, vestir de negro ha tenido algún simbolismo político, y qué tipo de significado actualizan las personas que están optando por vestir de negro en las manifestaciones recientemente realizadas en el Ecuador.

En efecto, la vestimenta negra sí ha sido utilizada como uniforme político y servía para simbolizar la pertenencia más radical y violenta a la ideología fascista, pero también para ser reconocido como uno de los integrantes de la fuerza de choque paramilitar articulada por Benito Mussolini de entre los miembros del Partido Nazionale Fascista de Italia a partir de 1922, conocidos comúnmente como camicie nere, es decir, los camisas negras.

En su mayoría, los miembros de los camisas negras eran soldados o policías retirados y jóvenes que estaban en contra de la existencia de sindicatos de obreros y campesinos, de los comunistas y de los masones, a los que había que combatir aún al precio de matar o perder la vida como lo prueba el discurso que les dirigió Mussolini, en Roma, el 23 de febrero de 1941, del cual cito uno de los fragmentos más ilustrativos:

“Os preguntásteis alguna vez (…) ¿desde cuándo estamos en guerra? (…) En realidad estamos en guerra desde el año 1922, es decir desde el día en que enarbolamos contra el mundo masónico, democrático y capitalista la bandera de nuestra revolución (…). El estallido de las hostilidades, en septiembre de 1939, nos encontró al final de dos guerras, que nos impusieron sacrificios de vidas humanas relativamente reducidas, pero que nos exigieron un esfuerzo logístico y financiero, sencillamente enorme (…). De haber estado en condiciones al cien por ciento, hubiéramos entrado en la lucha en septiembre de 1939, no en junio de 1940. (…). Es muy cierto que habrá que luchar duramente; es muy probable que la lucha sea larga, pero el resultado final ha de ser la victoria del Eje”.

Los métodos de los camisas negras eran siempre violentos y en su versión más radical incluyeron la agresión física, el asesinato y la tortura. La toma de las calles y las movilizaciones cargadas de ira e insultos, promoviendo y aceptando solo su propia verdad, constituían las formas de acción política consideradas menos hostiles.

Por todas las razones históricas y simbólicas que tiene la vestimenta negra, como uniforme político, es altamente desaconsejable que los grupos de ciudadanos ecuatorianos que salen a manifestarse en las calles se refieran a sí mismos o acepten que otros los designen como “los camisas negras”.

Seguramente la gran mayoría de quienes han usado el uniforme negro como vestimenta política en las movilizaciones de Quito durante el mes de junio de 2015, no son conscientes de las connotaciones simbólicas que ello implica, pero es muy difícil creer que los dirigentes políticos que ha instigado esta práctica no sepan qué representan ni qué evocan al pedir a los jóvenes que vistan de negro.

También me resulta reprochable que haya personas que puedan instar o tolerar, abierta o taimadamente, el cometimiento de actos violentos por parte de estos jóvenes y adultos vestidos de negro o no, actos que escalan progresivamente y empiezan a colonizar la escuela, la familia, los espacios recreativos y hasta religiosos: insultar, descalificar, burlarse, discriminar entre sureños y norteños, entre blancos y longos, arrojar objetos y botellas con orines, insultar sexualmente a las mujeres, retar a golpes a quien se manifiesta por otras ideas, etc.

Las formas delatan las intenciones y los actos las concretan. Cuidemos las formas, las palabras, los actos para que solo reflejen nuestras intenciones más íntimas y, ojalá, más democráticas.

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